miércoles, 17 de julio de 2013

Clara, la chica de las flores.

La chica de las flores.

La noche era muy cerrada. Solo había unas cuantas estrellas que podrían ser fácilmente luces de aviones. Y en una ventana, en el barrio mas alejado, pobre y oscuro de Madrid, Alan, un muchacho que pasaría por mendigo, lloraba tristemente. Nadie sabía por qué lo hacía. Su madre, preocupada, había intentado hablar con él, pero Alan solo decía nombres, y la llamaba sin cesar.
Entre llanto y llanto el chico iba recordando todo, queriendo olvidarlo. Apretó los puños mientras recordaba sus ojos color miel, su piel morena aceitunada, su sonrisa de felicidad, y su grito.
No era difícil olvidar, sobre todo para Alan, y sabía que aquel día horrible, aquel día en que todo ocurrió. Lo que mejor veía era un sol de verano, sin ninguna imperfección, una ciudad de Madrid, llena de actividad, y un banco rodeado de flores. Ese banco aún seguía ahí, pero estaba vacío. Antes, cada tarde de aquel verano, una chica se sentaba en un extremo de éste y con un libro ajado se marchaba de aquel mundo.
Y Alan, también cada tarde de ese verano, le llevaba una flor, un color cada día. Se la colocaba en el regazo, mientras ella abandonaba su imaginación para mirarle, y luego comenzaban a trenzar con el largo talo de la flor un trenza que luego tiraban al río. Era el momento preferido de Alan, su momento de felicidad, y sobre todo le gustaba porque era algo que nadie le podía quitar, como habían hecho con todo lo demás de su vida. Pero ese momento no, eso nadie se lo quitaba.
Pero un día, un día en que llevó su preciosa flor blanca, el banco estaba vacío. No había nadie, y miró a su alrededor, pero nada de nuevo.
Y alguien gritó su nombre. Era aquella preciosa voz con la que trenzaba el tallo de cada flor, rodeada de aquel precioso cabello castaño.
Estaba al otro lado de la carretera. Alan sonrió, pues pensaba que la chica de la flor no vendría ese día con su precioso libro ajado y su deslumbrante sonrisa. Pero ahí estaba ella, mirándole con aquellos ojos preciosos, y caminando hacia él. Alan también andó, acercándose más a ella.
El sonido fue aún más fuerte que los pensamientos de Alan. El coche llegó más rápido que su advertencia y la mirada de la chica de las flores fue más rápida que sus brazos. El enorme coche azul pasó, y la chica gritó por última vez.
Alan también grito, más fuerte que todas las personas que contemplaban la escena, mientras corría hacia la chica de las flores. Le gritó su nombre, pero no la tocó, sabía que no debía hacerlo, que sería peor. Mucha gente los empezó a rodear, muchos sacaron sus móviles para llamar a urgencias, que llegaron en cuestión de segundos. Alan intentó librarse de los brazos que lo rodeaban, quería ir hacia ella, quería gritarle que no se fuera, pero más y más gente lo sujetaba.
Y no fue hasta que vio que le metían en una bolsa cuando se dio cuenta de que la flor blanca jamás le llegaría, de que sus ojos Caramelo no volvería a leer nunca más, que su sonrisa ya no saldría nunca más a la luz.
Y siguió llorando junto a la venta. La chica de las flores que tanto quería, con la que tanto había aprendido jamás volvería. Se escapó de casa esa noche, y corrió al banco, junto al río. En la carretera ya habían retirado las cintas de la escena del atropello. Se dejó caer junto al banco corriendo. Las farolas estaban encendidas, pero en las calles no había nadie, y las estrellas se movían demasiado rápido. Alan escuchaba el movimiento de las olas del río, los árboles que a su lado se movían, el sonido de un neon encendido en alguna tienda, pero no escuchaba risas, no escuchaba pájaros cantando, no escuchaba música, todo había muerto con ella.
La piedra del banco estaba fría, también había muerto. Ya nada le importaba, le habían arrebatado lo único feliz que le quedaba, su precioso momento, lleno de flores, libros y risas. ¿y que sentido tenía ya seguir adelante? ¿Cómo lo haría? Ya nunca podría ser feliz. No podía vivir si ella, sin la chica de las flores.
Y fue cuando todo estaba más oscuro que nunca cuando la escuchó reír. Lentamente levantó la cabeza del banco, y ahí estaba con su libro, sus ojos y su sonrisa. Era ella, la chica de las flores. Le sonreía, como cada vez que se veían en esas tardes de verano. Estaba ahí.
La chica de las flores le acarició el hombro, mientras no dejaba de reír. Alan se sentó lentamente junto a ella, y saco la flor blanca que guardaba en su bolsillo. El tallo se había torcido, pero podía trenzarse aun. Los pétalos estaban ajados como las hojas de su libro, pero aun era bella, como ella.
Se la dejó en el regazo, y ella la trenzó rápidamente, con delicadeza y elegancia. Cuando acabó los dos se levantaron y se dirigieron a la barandilla donde lanzaban las flores de colores para tirar la rosa blanca. Lo hizo ella, mientras Alan la contemplaba. No dijo nada, simplemente le volvió a sonreír.
Alan también sonrió. Solo tenía ojos para ella, la chica de las flores. Era hermosa, y no se había ido, seguía ahí con él, para siempre.
No la retuvo cuando le volvió a sonreír lentamente y se fue alejando hacia el banco. Cuando lo alcanzó, se fue haciendo más etérea, hasta el punto de desaparecer por completó.
Como un sonámbulo, regresó a casa, sin ninguna flor, sin ningún libro, y sin ninguna lágrima. Una sonrisa inundaba su rostro, había vuelto a ser feliz después de creer que nunca lo haría.
Llegó a casa muy diferente de cómo había salido corriendo. Su madre dejó de llorar al verlo aparecer. Corrió a abrazarle sin previo aviso, y Alan no la retuvo. El pidió que no lo volviera a hacer, que jamás la dejara, que sin el ella no sería nada. Alan no dijo nada, solo la abrazó, cerró los ojos y le susurró.
-Está bien, mamá, Clara está bien- dijo simplemente. Su nombre siempre le recordaría ese libro ajado, esas flores de colores y ese banco de piedra. Pero ahora se dio cuenta de que no quería olvidarlo, nunca querría olvidarlo.
Y así visitó cada tarde el banco con una flor diferente cada día. La trenzaba el mismo y luego la tiraba al río. Y cada aniversario de muerte de Clara, traía una flor blanca, que la trenzaba pensando más que nunca en ella y la tiraba a la carretera, pero por la noche volvía, la recogía y la tiraba al río.
Así pasó su vida, más feliz que ningún niño, chico, hombre o anciano del mundo. Y el día que sabía que sería su muerte, se puso en medio de la carretera, abrió los brazos con una rosa blanca en la mano, y sonrió.
-Vuelvo contigo, Clara- le dijo al cielo, mientras un coche azul se acercaba-, con tu rosa blanca.
Así, el coche no tuvo tiempo de verlo, llegó antes de que nadie se diera cuenta. Así volvió con ella, con sus preciosos ojos caramelo, su sonrisa de felicidad y se sentaron cada noche juntos en el banco de piedra, hasta el final de cada tarde, trenzando flores, leyendo libros y riendo como si cada tarde fuera la ultima, y así había sido, ¿no?

Nayara

"Más que ayer, menos que mañana" Nayara.

Na, na, na.


Na, na, na. Canta alguien en mi cabeza, con voz de garza y sonrisa de luna, maligna. Na, na, na. Una flauta me persigue, me enreda entre pasillos negros, y sin salida, que se repiten cinco, diez veces. Na, na, na. Alguien me asusta, alguien me quiere coger. Na, na, na. Alguien me quiere abrazar, abrazarme fuerte y no parar. Na, na, na. Nadie podrá conmigo, nadie conseguirá hacerme callar. Na , na , na. En un piano de cola negro una serpiente blanca te está esperando con los ojos cerrados, para dormir contigo. Na, na, na. Se acaba la música, se acaba la letra, se acaba la flauta, ya no hay mas abrazos, la serpiente se despierta, ya no quiere dormir, ya nadie me quiere coger. Na, na, na. Sigo cantando, yo sigo cantando, y mi corazón sigue ahí, esperando algo que jamás llegará, otra música con la que morir de nuevo, con una serpiente, abrazos, flautas y gente que me quiere coger.
Y una buena noche con el que empezar.

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Y bajo una farola, con luz azul, mis ojos se cierran, quizás esperadno dormir, soñar contigo, aunque ya no recuerdo ni tu nombre, aunque tu sonrisa se me torna oscura, y aunque tus ojos ya no tienen color, seguiré esperando que unos brazos etéreos me lleven en volandas a casa, en mi ventana.
Y bajo una farola, con luz azul, mis ojos se cierran. Y te seguiré quriendo, aunque no tengas rostro, yo siempre te querré, y te recordaré como un fantasma que me hizo feliz.