Ana siempre quiso ser bailarina. Aún guardaba en su cajón
las puntas de ballet que fueron de su madre, y antes de su abuela, y
anteriormente de su tatarabuela. Y así al transcurrir el tiempo. Las
contemplaba, las acariciaba, dormía con ella y bailaba con ellas por toda la
casa, enseñando a su madre lo bien que lo hace.
Su madre, orgullosa de ella, decide apuntarla a una academia
para que siga sus pasos, y tras meses de entrenamiento, se convierte en la
bailarina principal del escenario.
Es una de las bailarinas más jóvenes profesionales que se
han visto, y ella goza de su fama. Va a salir a su Reimer escenario, con las
puntas viejas de la familia, vestida con un tutú rojo caído, el precioso moño
que le hizo su abuela esa mañana y la sonrisa más bonita del mundo.
Está bailando, y la gente no cabe en si de la alegría que
sienten al verla bailar, es el mayor sueño de Ana, le encanta sentir que lo
mejor del mundo lo tiene. No para de moverse por el escenario, saltando y
riendo, con sus puntas de su familia, es increíble.
La gente empieza a aplaudir cuando llega al final de su
actuación, y ella se arrodilla exageradamente en el suelo, en símbolo de reverencia. El público espera que se
levante, pero ella no lo hace, sigue sonriendo, sentada en el suelo, sin
moverse. El publico se empieza a poner nervioso, pues Ana no se levanta, y
sigue sonriendo.
Sus compañeras salen al escenario para socorrerla, epro ella
no se levanta, sigue sentada, sin moverse, y sonriendo.
Presa del pánico, la gente empieza a chillar. Sus compañeras
intentan levantarla, pero no le reaccionan las piernas.
Se desierta.
Está bañada en sudor, nota como la camiseta del pijama se le
pega al cuerpo. Sigue en su cama, pequeña y rosada. Todo está oscuro. Su madre
estará durmiendo. Tiene sed, su botella de agua no está en la mesilla,
seguramente se le habrá olvidado en la cocina.
Suspira de cansancio, y arrastra la silla hacia su cama. Se sienta
en ella con la practica de toda una vida, y comienza a deslizarse hacia la
cocina. Enciende la luz, aunque el interruptor está muy alto para ella. Tiene muchas
ganas de hacerse mayor y poder alcanzar el interruptor ella solita. Aunque desde
la silla nunca estará del todo cómoda.
Coge la botella y vuelve a la habitación. La silla es un
tanto grande para caber por la puerta, por lo que tiene que apretar las ruedas.
Por fin está dentro, se desliza de nuevo en la cama, sonríe y se duerme.
Solo es una niña, dice la gente cuando la ve pasar por la
calle en silla de ruedas. Pobrecita, susurran también. Ella, al llegar a casa,
siempre saca del cajón las puntas de su madre, las abraza e imagina mil y una
formas de cómo habría sido ella bailarina en otra vida, igual que su madre, y
que su familia.
Pero en esta vida, ella lo único que puede hacer es abrazar
una puntas de ballet y soñar con que sus deseos se han cumplido.
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